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Los creyentes
- Luis Restrepo
- 19 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Hay que desgarrar la púrpura que cubre la lepra de la iglesia católica

El creer evita pensar decía Nietche. Por eso los creyentes son apensantes, no se toman esa molestia, toda su mente gira en el círculo de la idiotez, en lo que aprendieron por imitación, por tradición. No van más allá, se quedan en el dios que otros crearon. Viven convencidos de ser poseedores de la verdad. En verdad, su verdad transmitida, revelada; jamás le permite descubrir que su verdad es una falsía, una mentira. Todo creyente es un gregario y todo gregario es un estúpido. Que surjan infamias del pasado, que se abran los sudarios, quedan los cadáveres putrefactos y esperpénticos de los crímenes de las religiones para que se espanten pontífices, curas y parroquianos.
Los Templarios
Como un auténtico modelo de pobreza y humildad, por allá por 1096, con la primera cruzada, aparecen los primeros Caballeros Templarios. Sus símbolos: la cruz y la espada. Se creen custodios de conocimientos sagrados. Y decían las gentes de aquellos tiempos que poseían el Arca de la Alianza y un pedacito de la auténtica cruz. ¿Para qué diablos semejantes bobadas? Para algo les sirvió, esperen y verán.
El gran Maestre, Jacobo de Molay, excluye de sus huestes a las mujeres y dice: “Consideramos peligroso para la religión que se miren demasiado las caras de las mujeres, por esta razón nadie ose besar a una mujer, sea viuda, doncella, madre, hermana, tía ni ninguna otra. Las órdenes de los superiores deben cumplirse como si fueran órdenes de Dios. Siervo y esclavo seréis todos los días de vuestra vida”.
Con el tiempo, los Templarios crecen en riqueza y poder. Construyen iglesias y castillos; se hacen dueños de extensas tierras para la siembra de viñedos. Acopian tantos tesoros y dinero que puede decirse que fueron los primeros banqueros de la Historia. Ante tantas riquezas, estos caballeros se creen privilegiados y bendecidos; en acción de gracias elevan plegarias. La oración les ilumina hasta segarlos del peligro que los acecha.
El ilustrísimo y bondadosísimo papa Clemente V y, el inmensamente creyente en Cristo, el rey Felipe IV, con maldad extrema envidian el poder y la riqueza de los Templarios. No obstante los privilegios y bendiciones que creen poseer de la Divina Providencia, el viernes 13 de octubre de 1307, son atacados todos los baluartes de la orden en Francia.
Jacobo de Molay, acusado de sacrilegio contra la santa cruz, mediante torturas admite el pecado, luego se retracta. Entonces, en medio de un gran espectáculo, arde vivo frente a la catedral de Notre Dame. Dicen que maldijo al Papa y al Rey, quienes no mucho después murieron, pero no torturados, sino muy cómodos en sus lechos.
Y así, todos los templarios son acusados de crímenes atroces. Les arrancan confesiones mediante torturas. Con brasas les asan los pies. Y así, la mayoría de estos dignísimos caballeros poseedores de conocimientos sagrados, del Arca de la Alianza y de un pedacito de cruz, terminan cocinados a fuego lento y sus cenizas esparcidas en las cloacas del Sena.
Cristianismo, islamismo y judaísmo, tres plagas hijas de la ignorancia y de la idiotez, madres del dolor y la mentira. Por ningún otro motivo ha padecido más la creatura humana y destinada está a desaparecer del Universo entre sus garras. Hasta que el último humano no derrame la última gota de sangre y exhale su postrer halito de idiotez, no dejaran de existir estas tres pestes malditas, al fin se quedaran sin nutrientes y desaparecerán también las infames parasitas.
El anti Jehová, el anti Alá, el anti Jesucristo soy yo.
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