Las locas de la noche
- crònica del libro Un periodista en apuros
- 21 abr 2017
- 12 Min. de lectura
LAS LOCAS DE LA NOCHE
Por Luis Guillermo Peña R.
L
a Chama es un ejemplo claro de la vida que lleva un travesti, aunque a él le ha ido bien: tiene negocio propio, y se conserva en buena forma. Otros, en cambio, viven de arrimados en inquilinatos de Lovaina y Aranjuez, sumidos en la pobreza y el abandono; y otros, relativamente jóvenes, llevan una vida infrahumana, pues su existencia de trasnocho y vicio los ha convertido en “piltrafas” humanas, que deambulan por las calles de Lovaina, sin rumbo ni futuro.
En la carrera Sucre, comprendida entre Barbacoas y Maracaibo. La llaman “La Calle de las Ópticas”, pues hay cerca de 20; también hay almacenes de muebles, de ropa, y otros establecimientos comerciales. En el día se siente toda la agitación de la ciudad: gentes presurosas, desfile interminable de vehículos, tardes calurosas y sin sosiego. Los travestis o “locas”, como se llaman despectivamente, han establecido este sitio como centro de sus actividades, entre otros existentes en la ciudad como : Lovaina, Popayán con Barranquilla, Palacé con Maturín, Barbacoas, Amador y Pichincha, Cundinamarca y Juan del Corral.
Son las 12:30 de la noche en “La calle de las ópticas”, de un viernes cualquiera de octubre de 1991.
Estefanía, Dulcinea, Jesenia y Carolina; ataviadas con atuendos femeninos, lanzan piropos a los carros que pasan y donde observan que hay hombres; ellos apenas miran con curiosidad.
“¡Ahí viene la “Paola ¡”, gritan con voz amanerada. Se acerca una figura esbelta, “tongoniándose” hasta la extravagancia; viste una minifalda negra, un estraple azul eléctrico, medias veladas y tacones negros; una cabellera negra y abundante le cae hasta más abajo de los hombros, el excesivo maquillaje desentona en sus facciones masculinoides.
La Paola se mantiene alejada unos metros de las otras. Se acercan carros y transeúntes, y comienza a hacer poses insinuantes, se menea con voluptuosidad y muestra un incipiente seno. Continúa sus movimientos; el atrevimiento llega a su clímax: se sube la minifalda y se desprende totalmente del estraple. Su humanidad queda cubierta sólo por las medias veladas y unas diminutas tangas negras. Alguien grita desde la otra acera: ¡loca¡ Los transeúntes miran sin aterrarse y algunos carros disminuyen la velocidad, pero no se detiene ninguno.
Las otras se alborotan e imitan a la Paola, cuando se sienten observadas, pero no logran la misma gracia.
Es la 1:30 de la mañana y hasta ahora ninguna ha “levantado”. Terminan el “show”. La Paola se acerca finalmente a las otras, charlan un momento y se ríen a carcajadas. Carolina y Jesenia se van hasta la otra esquina; Estefanía, La Paola y Dulcinea permanecen en el mismo lugar y conversan con otras dos que han llegado. Ya son siete; al fin se detiene un taxi; en él vienen dos individuos bastante ebrios. Y las “locas” les caen como niños tras una “jura”.
¿Cuánto cobran? – preguntan desde el taxi.
Sólo mil pesitos papi, y le hacemos bien bueno –responde una.
Suben a la Paola y a Estefanía y se van con rumbos lujuriosos. Con un campanazo el reloj de la Basílica Metropolitana (cerca del lugar) indica que son las 2:30 de la mañana. Se ve venir a la Dulcinea con un borracho desaliñado, que viste un pantalón azul y camisa blanca desabrochada. Llegan hasta una residencia cercana y entran; desde lejos se alcanzan a percibir los taconazos que la Dulcinea da al subir las gradas del albergue. Las campanas de la Basílica entonan tres repiques. Las otras “locas” se van solas, se alejan silenciosas, seguramente con la esperanza de que por el camino alguien las invite o las recoja.
Son las cuatro de la tarde de otro día de octubre de 1991. Empiezo a conversar con una mujer muy alta, que no es una mujer, a la que todos llaman La Chama. Estamos en su casa, en Lovaina.
“En Caucasia vivía con papá y mi mamá en una finca, y estudiaba en la escuela rural. Somos tres hermanos: un hermano, una hermanita y mi persona: ellos son casados, la vagabunda fui yo. Nosotros vivimos bien, los problemas empezaron cuando comenzó mi maricada, mi papá dijo que me iba a matar... pues me gustaba ponerme la ropa de mi hermanita, tenía como siete años, me gustaba ayudarle a mi mamá en la cocina, no me gustaba arrancar yuca; me gustaba quedarme en la casa planchando, lavando, cocinando como una peladita.
“Entonces la vida se me puso horrible, eso era pela sobre pela. Mis hermanos no se metían conmigo, pero mi papá sí, era horrible; hasta me hizo volar de la casa. Me fui para un estadero; allá me puse a trabajar de mesero; y los choferes me molestaban, porque ese estadero quedaba allá por la central pa’Barranquilla, me tocaban la nalga y todo ja, ja, ja y a mí me fascinaba.
“Tenía once años cuando tuve mi primera relación. Y así me fui dejando crecer el pelo y ya más mariquita hasta que me mariquié del todo. Al tiempo me fui a vivir al propio Caucasia. Allí conocí una turca que me llevó a vivir a Barranquilla. Allá mariquiaba pero no mucho; como a los dos años me vine a vivir a Medellín y aquí si me mariquié del todo.
“Aquí en Medellín me vine para onde una amiga que tenía una residencia por allí por Fatelares. Aallá me bajé y le ayudaba a hacer el oficio, a barrer y a trapiar y ella me daba la comida y la dormida. Bueno, y empecé a ir la parque de Bolívar y a conocer maricas, una cosa, otra y ya me llevaron pa’Guayaquil y allá conocí las “locas” de verdad; entonces me gustó más. Entonces ya empecé a transformarme, ya me ponía vestidos, una cosa, otra, todo de mujer y me vine a vivir a estos lados de acá (Se refiere a Lovaina).
“Me aburrí mucho y me fui pa’Cúcuta y conocí el amor de mi vida. Viví como una mujer con mi marido; él me daba de todo pero me daba garrote, por eso no me gusta que me mantengan. Él era oficial de construcción y ganaba muy buena plata. Pero por pegarme tanto me hizo aburrir y entonces lo dejé para irme pa’Venezuela. Allá trabajé en un grill como con 85 mujeres.
“Me conseguí dos millones en el tiempo que estuve en Venezuela. Me vine para mi pueblo y le regalé una casa a mi mamá. Ah, cuando llegué hacía trece días habían enterrado a mi papá, llegué a pagar el entierro. Mi mamá murió ya también, pero aquí vienen a visitarme mi hermana y mis sobrinos y mi tío y mi tía. Soy la adoración de ellos, a ellos no se les hace raro.
“Cuando me vine de mi pueblo para’cá pa’ Medellín me puse a trabajar por ahí en la calle, a robar y a putiar como un chucho; luego me conseguí una casa de mujeres y ahí fue donde me conseguí mi niña (Se trata de una niña que recogió y aún continua bajo su tutela). Luego de esa casa me vine para’cá pa’esta”.
La casita de la Chama semeja un bosque de tierra fría por el gran número de matas que la atiborran. Son tres piezas, la sala, con amplios sillones de cojines de colores claros (donde atiende sus clientes); el bar: una barra en madera barnizada y una repisa en espejos con botellas de aguardiente y otros licores; el comedor: la mesa redonda, los taburetes de espaldar alto, el “bifé” barnizado color madera, y una pared decorada con “la última cena” con un reloj incorporado; a un ladito, la cocina: en la pared, sobre soportes de alambre, la vajilla reluce de limpieza al igual que toda la casa.
Son las cinco de la tarde, y súbitamente se abre detrás de mí una puerta: sale un borracho con el pelo revolcado y abotonándose la camisa. Es un joven delgado, no muy alto, su mostacho abundante desproporciona con su figura; luego sale ella (el travesti) muy arreglada, con su pelo rubio; las raíces oscuras delatan la tintura, lo lleva recogido atrás con una cola. Su rostro luce maquillado con exceso; sobresale el tamaño de su nariz y sus ojos negros de mirada profunda. El cuerpo es bien proporcionado; viste una blusa corta y unos “jeans” blancos ajustados. Cuando se aleja “tongoniándose” se dejan traslucir en sus caderas unas diminutas tangas.
El borracho se acerca y saluda de mano a la Chama.
Qué buena estaba la Sandra- le dice. A mí me guiña un ojo y saca la lengua, moviéndola hacia arriba y hacia abajo con ímpetu, y con acento ebrio, me caña: “le eché tres”. La Sandra va hasta la sala. Allí esta Estefanía, de figura diminuta. Aparenta 17 o 18 años; con maquillaje trata de ocultar el acné de su rostro. Conversa con un cliente de gafas redondas con cara de seminarista recién escapado, y a cada momento volea el pelo y seguidamente se lo toca con la mano con una actitud esencialmente femenina.
“Sí querido, aquí vivimos tres, ellas dos. Sandra, Estefanía, y yo. Claro que por la noche vienen más a trabajar. Aquí trabajamos todos los días, pero los días de más “voleo” son los jueves y viernes. Los domingos casi nunca viene nadie”.
La puerta de la casa permanece la mayor parte del tiempo abierta. Mientras conversamos, la Chama se la pasa de adentro para la puerta y de la puerta para dentro viendo si se acerca algún cliente. “Imagínate vos, que un día estaba yo aquí parada como con otras quince locas y llegan unos hombres en una Ranger armados hasta las muelas, y un hijueputa gordo como que no gustaba de las maricas y decía: “vamos a matar todas estas maricas hijueputas, las vamos a matar”. Cuando en esas un pelao amigo mío andaba con ellos y me dijo: “quiubo Negra, ¿no has vuelto al Chócolo? ” ; lo había conocido en el Chócolo de la 70, por eso nos salvamos; esa gonorrea ya estaba desasegurando la metra.
“Imagínate querido que otro día habíamos como diez locas allí paradas en aquella esquina charlando, cuando llegó un carro con un poco de hombres. Yo me le acerqué a uno y caricia va y caricia viene, y muy disimuladamente le saqué 15 mil pesos. El hombre se fue, la cosa se quedó así. Y como a los quince días estaba yo parada en el mismo sitio con la misma ropa, cuando veo que el hombre viene : “Te duraron mucho los 15 mil pesos marica hijueputa”, y ahí mismo “pao” me pegó un tiro, aquí me entró y aquí me salió (muestra dos pequeñas cicatrices en el estómago), todo el mundo decía : ¡“está muerta, está muerta ¡. Cuando yo volví en sí, yo veía todo como oscuro y yo decía “estoy viva o estoy muerta”; me paré y volví a caer. Me llevaron a un hospital pero no me pasó nada.
“Bueno, me alivié. Como al mes de haberme aliviado me fui para el centro cuando un hombre precioso. ¡ay ¡ precioso, en un jeep divino, ¡ay ¡ qué hombre, y yo entre tantas mujeres allá por Palacé. Y yo con unos bombachos morados, muy pispa, y con una trusa negra y yo cuando eso estaba tan tetona, pues sobresalía entre todas esas mujeres; cuando ese hombre: “venga negra súbase”. Bueno nos fuimos pa’ un bailadero, La Sombrilla, por allá por Las Palmas, y el hombre era charle, era encantado conmigo, me daba picos, bailábamos, lo que pida, lo que sea; bueno, cuando me dice como a las doce de la noche. “negra, nos vamos”. Y cómo le parece que bajando ya de La sombrilla pa’bajo el hombre me echa la mano, y no me mató porque unos de la vía lo pararon y le dijeron: “¿Qué le pasa con la muchacha?”. “Cuál muchacha, es un marica”. Y por allá me dejó botada, pero era qué “tarrao”, qué cuerpo, ¡ y güelía!...
“Otra vez estaba parada abajo en la esquina junto a la Policlínica, con unas ganas de un aguardiente o de un bazuco, cuando un taxista con un hombre: “negra venga” y yo: coman mierda, porque era un hombre tan horrible y todo andrajoso. “Negra venga” y yo, nada; hasta que dije: a ver yo me le arrimo a este zarrapastroso: “qué quiere mi amor, a dónde nos tomamos una botella de aguardiente, por aquí todo está cerrado, vamos pa’un hotel”. En el carro vi que el hombre tenía un bulto así (exagera con las manos), y yo, ese hombre qué tendrá entre las patas; y me dijo: “Compre 100 bazucos” y compré los 100 bazucos. Llegamos al hotel y se acabaron la botella de aguardiente y los 100 bazucos y ese hombre nada que se dormía; yo le decía págueme, y él no; que le consiguiera otra botella de aguardiente y otros cien bazucos. Los conseguí por 20 mil pesos con la dueña del hotel.
“Cuando ya estaba acabando la otra botella de aguardiente y los otros cien bazucos, el hombre se quedó dormido, y yo con mañitica le desabotoné el bluyín, así, ras (indica con la mano), se lo bajé, y el ventilador estaba prendido y eso volaban billetes, y yo ¡ay ¡ qué es todo esto ¡, y yo recoja y recoja hasta que recogí un rollo. Pero yo no sabía cuánto había. Cuando yo la escondí, el hombre: “mi plata”, y era loco y ese ventilador voliando billetes. Yo no sé de dónde sacó ese hombre esa plata, pero yo no le podía robar más porque de pronto se daba cuenta.
“Le ayudé a recoger el resto de billetes, el hombre hizo el atao y me decía, usted me robó”, y yo le dije “yo no le he robado, cómo se le ocurre” e insiste el bobo que yo le había robado. Entonces llamé a la dueña del hotel que era conocida. “Cómo le parece que este señor está diciendo que yo le robé” y ella me defendió y le dijo a una trabajadora: “llame un taxi que este señor está muy borracho”. Y yo, “vea, pero no me quiere pagar”, la señora le dijo: “páguele a la Negra” y sacó y me dio 10 mil pesos. “Hasta que lo despachamos, luego saqué mi rollo, que lo había escondido en una matera, cien-tocua-ren-ta y ocho mil pesos.
“La que se fue ahora, la Gisela, un tombo le pegó siete tiros, un tombo todo borracho, de civil, le quebró este pie, quedó coja y le pusieron eso, cómo es que se llama, que quedan ensuciando por un lado, colestomía, eso coloestomía, ella estuvo como siete meses con eso y duró en el hospital, ¡uy ¡ mucho tiempo. Nada, no se puso ni el denuncio”.
La Chama ya no viste de travesti, no utiliza afeites ni postizos. Generalmente viste unos “shorts” y una camisa. Su piel es muy morena y sus facciones algo bruscas. Su pelo enchurruscado lo estira recogiéndolo atrás en una larga cola con canas saltonas. Es más bien alto de estatura y de complexión robusta.
No obstante, todo él emana energía positiva, se siente calor humano al estar a su lado. Sus años pasan de 40 su locuacidad, seguramente dada por su desinhibición, enmarcada en una voz ronca y amanerada, hace que las charlas resulten agradables. La Chama es toda un institución en Lovaina. “Aquí todos me conocen y me quieren”.
Me despido de La Chama y los demás travestis, como a las diez de la noche. La Chama me lleva hasta la puerta y con voz amable me dice: “volvé querido”.
RAFAEL
CASO EXCEPCIONAL
“Mi primera relación la tuve a los seis años y él tenía 16, prácticamente me violó. A él lo mataron aquí por robarle un carro, pero siempre sentí cierto desprecio por él. La familia de él es muy amiga mía y nunca supo eso”.
Rafael nació en Montería hace 30 años. Su rostro rubicundo, su pelo crespo y rapado y su contextura fuerte imprimen en él un aspecto muy masculino, pero sus movimientos y tono de voz denotan feminidad inequívoca.
Como travesti es un caso excepcional en nuestro medio, pues terminó una carrera universitaria y ha estado en Europa ejerciendo la prostitución. Actualmente administra un prostíbulo (de mujeres situado por los alrededores del Hospital San Vicente de Paúl).
“Yo terminé una carrera en la Universidad de Córdoba, Licenciatura en Biología y Química, pero nunca me dio nada. Vestirme de mujer me dio más. Fui muy buen estudiante, pero fracasé en la elección de mi carrera, con esta voz que tengo no puedo ejercer la docencia. Yo estudié por complacer a mi mamá que quería a toda costa que yo hiciera una carrera.
“Yo fui travesti, o mejor, transformista en París. La diferencia entre transformista y travesti, es que el transformista se siente bien con los atuendos de mujer, pero no desea ser mujer, la meta del travesti es ser mujer.
“En París estuve seis meses, me conseguí un platica y compré un apartamento en Barranquilla donde vive una hermana mía. Traté de irme de nuevo pero me negaron la visa y aquí estoy atrancada, administrando esta casa.
“En una noche en París, en el “Boi de Bolonia”, que es como el “Central Park” de Nueva York, uno se consigue 2 mil, 3 mil, 5 mil francos que son 300 mil 0 500 mil pesos en una noche.
“En París la policía es muy amable, nunca me trataron mal porque en París es aceptada la homosexualidad, es aprobado por la Constitución francesa.
El matrimonio entre hombres es válido siempre y cuando los dos trabajen”.
Rafael, de acuerdo con sus propias vivencias, analiza por qué el mundo travesti está tan acosado hoy por la drogadicción y la violencia.
“Los travestis de hoy no están por vivir de la prostitución, sino también del hurto. Esa es una de las causas de la violencia contra los travestis, y es una de las causas por la que no me dan visa para París, porque una travesti colombiana, La Esmeralda, de Bogotá, asesinó a un francés que llevaba un portafolio con 200 mil dólares.
“Los travesti por lo general son repudiados por su familia y viven solos, y la soledad los lleva a abrigarse en la droga como único recurso. Otro factor es que la mayoría de los clientes que frecuentan los travestis usan drogas, entonces ellos tienen que acompañarlos y se van enviciando. Muchas veces un cliente va para donde un travesti no para estar con él sino para que le consiga y lo acompañe a tirar vicio”.
Publicado en el Períodico “Entrevista” de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia
A manera de epilogo: El 15 de febrero de 1999, en el cementerio Campos de Paz, como sucede casi todos los días, en medio de una gran concurrencia avanzó un féretro en hombros hacia su destino final. “ hay, nos hemos quedado huérfanas, con este gentío el entierro que le hacemos parece el de un gobernador”, dijo alguien con voz menuda mientras caminaba acompañando su duelo. Era el entierro de La Chama, asesinada el día anterior en una venta de carnes del barrio Campo Valdés. ¿Por qué la mataron?, se preguntaban todos. Las Locas de la Noche y los libertinos de Lovaina habían quedado huérfanos.
